Una vez un hombre predicaba en una iglesia, y cuando estaba en lo mejor del mensaje, una persona sentada en las últimas bancas le gritó, “¡No se oye!”.
El predicador aumentó el tono de su voz, pero la persona insistía, “¡No se oye!”.
Un poco molesto, el predicador le pidió al de los controles de sonido que aumentara el volumen, pero la misma persona volvía a gritar, “¡No se oye!”.
Indignado, el predicador le dijo a la persona, “¿Tienes problemas en los oídos, o qué te pasa?” La persona le contestó, “No. Lo que pasa es que lo que tú haces no me deja oír lo que tú dices.”
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