Un sacerdote griego conduce raudamente su vehículo por la ciudad de Nueva York rumbo a un espectáculo cuando es detenido por exceso de velocidad. El policía que lo detiene huele alcohol en su aliento y observa una botella de vino en el piso del auto.
-- ¿Ha estado bebiendo, caballero?
-- Agua solamente- contesta el ministro.
-- ¿Y por qué huele usted a vino?- pregunta el agente de tránsito. El sacerdote dirige su mirada a la botella y exclama: “¡Mi Dios, otra vez el milagro!”
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