La mujer, el ángel y el río

Un día, un ama de casa buscaba unos palos para su cocina de leña con el fin de hacer el almuerzo para su familia.

Estaba cerca del río cortando una rama de un árbol caído, cuando se le escapó el hacha de la mano y fue a caer al río.

La mujer suplicó a Dios y se le apareció un angel que le preguntó: “¿Por qué estas llorando, querida mujer?”.

La mujer le respondió que su hacha se había caído al río, entonces el ángel entró en el río, sacó un hacha de oro y le preguntó: “¿Es ésta tu hacha?”, a lo que la noble mujer le respondió: “No, no es ésa”.

El ángel entró nuevamente en el río; esta vez sacó un hacha de plata y volvió a preguntar: “¿Ésta es tu hacha, mujer?”, a lo que la dama respondió negativamente otra vez.

El ángel volvió al río, sacó un hacha con cabo de madera y de nuevo preguntó: “¿Es ésta tu hacha?” y esta vez la mujer confirmó la certeza del hallazgo: “Sí, ésa es.”.

El ángel estaba tan contento con la sinceridad de la mujer que la mandó de vuelta a su casa, regalándole las otras dos hachas, la de oro y la de plata.

Otro día, la misma mujer y su amado marido estaban paseando por los campos cuando él tropezó y cayó en el río; la infeliz mujer, que no sabía nadar, se puso a suplicarle a Dios, por lo que el ángel se le apareció por segunda vez.

-Mujer, otra vez tú, ¿por qué estás llorando?

La mujer respondió que su esposo había caído en el río y se había ahogado, por lo que el ángel se tiró de cabeza al río, sacó de los pelos a Brad Pitt y reinició el diálogo.

-¿Es éste tu marido?

-Sí… sí, asintió la mujer.

“Eres una mujer mentirosa”, exclamó el ángel enfurecido, que se fue aplacando conforme la mujer le explicaba la razón de su respuesta.

-Usted perdone, pero fue un malentendido. Si yo hubiera dicho que no, entonces usted me habría traído a Mel Gibson del río, y si le hubiera vuelto a decir que tampoco era él, usted me habría traído a mi marido, y cuando dijera que sí, usted me mandaría para mi casa con los tres hombres.

El ángel la escuchaba en silencio y agregó: “¿Y qué con eso?”

“Pero yo soy una humilde mujer y no podría cometer trigamia; por eso es por lo que dije sí al primero de ellos.”

El ángel halló justo el comentario de la mujer y la perdonó.

Moraleja de esta historia: “Las mejores historias las cuentan las mujeres”


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