El origen de los papagayos

«Llueve.... Pasan silbando ráfagas de viento frío y cortante....

»Se han paralizado todos los trabajos de la hacienda....

»Jacinto se entretiene contando cuentos.... Nunca le falta auditorio, y los sencillos vecinos se divierten oyendo sus grandes mentiras....

»—¿Por ónde iba? [—dice Jacinto.] ... Y vuelve a su relato [sobre el arca de Noé]:


»Ya estaban todos los animales reuníos y acomodaos. Pero ora verán: resulta que Nué tenía una suegra que era un demonio, como casi todas. Era muy vieja y fea, y se ponía muchos polvos y colorete pa taparse las arrugas, y usaba unos vestidos con más colores que un arcu’iris. ¡Y qué lengua que se gastaba la suegrita! Cuentos, enredos y habladas desde por la mañana hasta que anochecía, que ya el pobre Nué estaba azurumbao. Y el Hombre Güeno y Justo quería aprovechar la oportunidá pa quitásela de encima. Entonces se jué a consultar con Tatica Dios. Y el Señor, onde lo vio llegar al Cielo, se puso a reír y le preguntó:

»—Idiay, ¿qué andás haciendo por aquí? ¿Ya tenés todo listo, como te lo dejé ordenao?

»—Sí, Señor —contestó Nué—, pero hay una cosa: Yo podré estar encerrao los cuarenta mil días y las cuarenta mil noches con los tigres y los liones y las culebras; eso está bien. Pero lo que es con mi suegra no me encierro ni una semana, ¡eso sí que no! Y alguna consideración le debe tener usté a su pariente, que está viejo y muy enfermo.

»—¿Y qué querés? —le preguntó el Señor.

»—Pos, que se la traiga pa acá de una vez —dijo él.

»—... ¡Eso sí que no te lo concedo, Nué!...

»—Pos, mandémola entonces pal infierno —dijo Nué.

»—Tampoco —contestó el Señor—: Vos sabés que aquél es enemigo mío, y no quiero que mañana vaya a decir que yo me ando desquitando con cochinadas.

»Y como el Hombre Güeno se puso muy afligío, el Señor, después de pensar un güen rato, le dijo:

»—Andá, vete tranquilo, que ya todo está arreglao. Y corré, porque ya voy a echar el agua.

»Y cuando Nué llegó al Arca, se encontró allí con un pajarraco muy raro: Tenía plumas de todos colores, la cara arrugada y blanca, una lengua negra y gruesota, y estaba haciendo gran escándalo y peliando con las gallinas y con todos los animales. “Esta no es otra que mi suegra”, se pensó Nué. Y cogió el tal pajarraco, lo metió en una jaula de alambre y lo puso en el último rincón. Así jué como resultaron los papagayos, que no se conocían antes del Diluvio.»


Carlos Luis Fallas, Gentes y gentecillas (San José: Editorial Costa Rica, 1994), p. 183. 

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